Antonio Hidalgo sobre ‘Las diez caras de la innovación’

Antonio Hidalgo

Profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid

La Comisión Europea define la innovación como la renovación y ampliación del rango de productos y servicios; el establecimiento de nuevos métodos de producción, aprovisionamiento y distribución; la introducción de cambios organizativos y en las condiciones de trabajo. Sin embargo, este concepto ha evolucionado de forma significativa en los últimos años: durante la década de los cincuenta del siglo pasado, la innovación era considerada un desarrollo resultado de los estudios realizados por investigadores aislados; en la actualidad se considera que está impulsada por la investigación, por interacciones y por el conocimiento.

Esta consideración pone de relieve que la innovación es un proceso orientado a la resolución de problemas, que tiene su ocurrencia primaria en el mercado, que es interactivo (implica relaciones formales e informales entre diferentes agentes), de aprendizaje diversificado y que implica el intercambio de conocimiento tácito y explícito.

El elemento más relevante de esta evolución se encuentra en el incremento de la importancia de los ingredientes de carácter social en los procesos de innovación como consecuencia del desafío de transformar información en conocimiento, es decir, información que se puede incorporar en el desarrollo o mejora de nuevos productos y procesos. Por tanto, la innovación tiene en el conocimiento un activo clave que requiere la convergencia de diferentes clases de conocimiento procedentes de diversos agentes.

En este sentido, el enfoque sistémico del proceso de innovación reconoce que la generación de conocimiento tiene lugar como resultado de diferentes tipos de actividades: no solo es generado en universidades y centros públicos de investigación, sino también en la propia empresa en los procesos de generación de nuevos productos (learning-by-doing) y en su comercialización (learning-by-using).

Por tanto, es necesario gestionar el proceso de innovación como si de una nueva disciplina se tratara, incorporando en la organización objetivos específicos que persigan incrementar la productividad del conocimiento. Para ello es preciso llevar a cabo un cambio fundamental en la percepción estratégica de la organización considerando los siguientes desafíos:

  • Gestionar los recursos humanos desde una perspectiva estratégica.
  • Implementar redes con socios internos y externos: las personas tienen diferentes actitudes, costumbres y experiencias profesionales, por lo que la gestión debe enfocarse a integrar las relaciones formales e informales dentro y fuera de la empresa.
  • Crear estructuras organizativas adaptativas e interactivas que sean capaces de responder de forma efectiva a los cambios procedentes del exterior.
  • Equilibrar orden y caos (eficiencia versus destrucción): el equilibrio entre la eficiencia de los procesos existentes en el modelo actual de negocio y la adaptación de estos a una innovación destructiva que permita hacer frente al cambio es una tarea delicada.
  • Equilibrar la motivación individual de las personas con los objetivos de la organización.

Por último, es preciso considerar que la innovación no implica el empleo continuo de la última tecnología disponible. Por el contrario, es menos una cuestión de tecnología y más una manera de pensar y encontrar soluciones creativas para la empresa. En este contexto es necesario aplicar técnicas de gestión de la innovación (conocidas como IMT, Innovation Management Techniques), que ayudan a la empresa a adaptarse a los cambios y a los desafíos del mercado de una manera sistemática y organizada.

Antonio Hidalgo

Profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid

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