David Murillo Bonvehi sobre ‘Supercorp’

David Murillo Bonvehi

Profesor asociado del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE

Como siempre sucede en períodos de impasse económico, algunas de las empresas actuales desaparecerán y el resto, las supervivientes, necesariamente deberán enfrentarse a un esfuerzo de adaptación al nuevo paisaje económico y social. Algunos de estos cambios parten, por un lado, de la progresiva rotación y, por otro, del creciente impacto de la financiarización de la economía en las grandes empresas transnacionales. A todo esto se le une la innegable tensión entre los incentivos individuales y el nivel de riesgo sostenible o entre los objetivos a corto plazo y su traducción en forma de impactos sociales y ecológicos. Finalmente, la crisis global nos dejará también una crisis de legitimidad ante un sistema económico con importantes agujeros, particularmente financieros, donde las diferencias entre el poder político y el económico son cada vez más palpables.

Cuando hablamos de identidad, tanto para empresas como para individuos, estamos hablando de cultura. ¿Qué nos une a una empresa y no a otra? ¿Cuál es el proyecto vital que quiero realizar en mi trabajo o en mi empresa? Para las empresas, ya lo sabemos, la cultura puede crearse bien como el resultado de unas dinámicas externas como las ya señaladas anteriormente (financiarización, gigantismo y cortoplacismo) o bien como un ejercicio consciente de introspección, como una manera de entender la empresa.

Los recientes estudios sobre innovación social han puesto sobre la mesa dos realidades evidentes: la redefinición progresiva y constante de los roles del Estado, del llamado “tercer sector” y del mundo empresarial, y también las cambiantes expectativas y las presiones ejercidas sobre cada uno de ellos. Es precisamente ahí, en ese espacio de confluencia entre los tres sectores, donde se produce una redistribución de roles: el Estado busca generar complicidades y sinergias con los otros sectores para ofrecer unos servicios públicos más eficientes; las entidades del tercer sector se ven forzadas a integrar patrones de gestión hasta el momento liderados por la empresa privada; y, por último, las empresas son interpeladas a contribuir no sólo económicamente, sino también social y medioambientalmente, al progreso de la sociedad en la que operan.

Ante esta evidencia, las empresas han optado por diferentes soluciones. Una de ellas es adoptar una visión reactiva y responder a cada uno de los nuevos retos con las medidas precisas. De ahí surgen muchos de los departamentos de sostenibilidad, actuaciones de filantropía o reportes de impacto social y medioambiental que hemos visto en la última década. Otra propuesta que muchas organizaciones han defendido es convertir este nuevo contexto en una marca central de la identidad corporativa, en un elemento básico para comprender la cultura de la organización.

Las nuevas generaciones de profesionales piden a la empresa sinceridad e identidad con sus propios valores. Ahí radica lo que algunos han denominado “empresas vanguardistas”. Otros, en cambio, simplemente lo llamaríamos “el signo de los tiempos”.

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