Fernando Domínguez Vega sobre ‘Sobrevivir no es suficiente’

Fernando Domínguez Vega

Doctor en Ciencias Químicas y economista por ICADE

En realidad de verdad, como repetían con frecuencia los educadores de antes, es probable que, si Darwin, Adam Smith o Marx levantaran la cabeza, dijeran “No es eso” más de una vez. Ellos, como grandes innovadores en su tiempo, matizarían ahora sus afirmaciones para adaptarlas a la realidad actual.

Si empezamos por Darwin, hay que poner mucho cuidado en no tomar tan al pie de la letra las cuestiones de la evolución, la supervivencia y la competencia para no caer en una especie de masoquismo empresarial. Bien está competir -¡faltaría más!-, pero hay que huir de inventarse batallas donde no existen. Incluso, dando un paso más, conviene recordar a nuestros clásicos cuando decían que “del enemigo, el consejo”. Y, sobre todo, conviene olvidarse de la hipocresía, que es -muy posiblemente, en este momento- un gravísimo cáncer empresarial. No vale hacer elogios de la competencia y reunirse bajo cuerda con los enemigos para pactar precios o repartirse el pastel, porque así se lanzan -quizá sin darnos cuenta, que es lo peor- dardos envenenados a la credibilidad en el mercado, el famoso leit motiv de Adam Smith, nuestro segundo “consultor” de hoy.

Y dejamos para otro día las teorías de Karl Marx, tan duramente trabajadas mientras desgastaba la moqueta de la enorme Biblioteca Central de Londres, que se quedaría, cual moderna esposa de Lot, petrificado y salado si diera un paseo, por breve que fuera, por la úlitsa Tverskaya (calle principal, antes denominada Gorki) del Moscú actual.

En resumen: bien está hablar de competitividad y supervivencia, siempre que sean “responsables”, como se suele decir de la paternidad. Lo que no se puede hacer bajo ningún concepto es ir a un McDonald’s y pedir una hamburguesa mixta de competencia/supervivencia, con ensalada Darwin, salsa Smith y patatas Marx.

Hasta ahora estamos siguiendo la escuela de Peter Drucker, que, como buen periodista que es, en los titulares de cabecera siempre pone el énfasis en lo que “no hay que hacer”. Entonces, ¿qué hacer?

Modestamente, creo que lo que hay que hacer es comprarse este libro. Eso es quizá lo más fácil, aunque imprescindible para seguir los pasos posteriores. A continuación, leerlo, lo cual es una complicación importante, por desgracia muy común, ya que, si bien nuestras bibliotecas almacenan cada vez más información, apenas trasvasamos ésta fuera de los estantes. Y, como colofón, esforzarse en que la lectura sea interactiva, en realidad de verdad, como se indicaba al inicio. Todo esto es relativamente fácil de escribir, pero difícil de llevar a la práctica, salvando la primera etapa: comprar el libro. Especialmente útil es la última etapa del proceso, la interactividad libro-lector, en la cual se pretende conseguir lo realmente importante: que, como consecuencia de leer este libro, surjan ideas que ni siquiera sospechábamos que teníamos. Verá cómo se alegra, ya que podrá sacar de su terrible enemigo, ése que más le hace la competencia, que suele ser usted mismo, buenas ideas, extraordinarios consejos que no podía ni sospechar que existían. A todos nos ha pasado.

El libro

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