Miguel Ángel Larrinaga Ojanguren sobre ‘Fuera de serie’

Miguel Ángel Larrinaga Ojanguren

Profesor de Dirección de Operaciones en la Deusto Business School

¿Qué es el éxito? Según la Real Academia Española, éxito proviene del latín exitus, que significa ‘salida’. Hoy día, el término tiene tres acepciones: ‘resultado feliz de un negocio, actuación, etc.’, ‘buena aceptación que tiene alguien o algo’ y ‘fin o terminación de un negocio o asunto’ –fíjese en que esta acepción no califica el resultado del negocio–

Malcolm Gladwell califica los casos de éxito extraordinario como outliers u observaciones anómalas, por poco frecuentes. Este autor nos ofrece una versión modernizada del “yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset, dibujándonos ecosistemas del éxito no tanto con información estadística rigurosa, la cual no es su objetivo, sino despertando la curiosidad del lector sobre ese punto: cómo lograr que un éxito no sea un fenómeno extraño.

El éxito, como dice el autor, es talento innato más práctica. Así, de la misma manera que hablamos de que no compiten empresas, sino cadenas de suministro, podemos atrevernos a decir que el éxito también es el final de una cadena de éxitos. Hay ciertamente una persona, un rostro que lidera y representa a esa suma, alguien que combina la inteligencia tradicional y la inteligencia emocional, pero, además, el éxito es y debe ser comunitario. Y esa comunidad de personas e ideas no tiene por qué ser necesariamente la cara visible que existe en el momento en el que el éxito aparece en su forma más destacada.

¿Cómo puede una comunidad favorecer el éxito? Entroncamos con las ideas que Thaler y Sunstein divulgan en su libro Nudge, en el que se define el término que da título a la obra como “cualquier aspecto de la arquitectura de las decisiones que modifica la conducta de las personas de una manera predecible, sin prohibir ninguna opción, ni cambiar de forma significativa sus incentivos económicos” (página 20). Es decir, debemos crear e impulsar pequeños nudges que permitan generar los éxitos, explotar los talentos innatos y ofrecer posibilidades de práctica, para que el factor “suerte” tenga una menor importancia. Esos pequeños impactos quizá no tienen una base tan racional como se puede pensar.

Finalmente, existe el apartado de la evaluación y de la propiedad del éxito. Si el éxito –como el fracaso, ese lado oscurecido en el libro– no puede considerarse ni valorarse de forma individual, sino colectiva, ¿debemos entender que la propiedad no debería quedar exclusivamente en manos de la persona que representa ese éxito? Dejamos la pregunta en el aire.

Quiero terminar citando a otro amante de las anomalías: Taleb, el cual habla de las anomalías como impulsos de cambio en su libro El cisne negro. En una entrevista publicada en el periódico argentino La Nación el 21 de septiembre de 2008, define a su familia: si se nace en una familia ortodoxa griega, uno habla árabe y va al liceo francés, se reciben automáticamente tres versiones distintas de las Cruzadas –la musulmana, la ortodoxa y la católica– y eso hace que cueste creer cualquier cosa que, a partir de entonces, se presente como una sola verdad. ¿No es éste otro ejemplo de que la comunidad ha ofrecido oportunidades para desarrollar un éxito futuro?

El libro

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